EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 28 de febrero de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 52


Un nuevo premio llegó a la Estación el pasado 20 de febrero.
En esta ocasión, por gentileza de Nena Kosta y de uno de sus magníficos blogs, Maleta De Recortes.
Toda la información sobre este premio la encontraréis en Premios(6), en una de las pestañas de arriba.
Gracias.



CAPÍTULO 52

GABRIELA SUFRE UNA DECEPCIÓN


B
las sermoneó al chiquillo durante un rato más. Después, ambos salieron del cuarto de baño y pasaron al salón. El señor Teodoro comunicó a su madre que salía a correr y que se llevaba al chiquillo.
          ¡No sueñes con llevarte al niño a solas! exclamó la señora Sales Las niñas irán con vosotros y si me cuentan que has tocado a Nico... ¡prepárate!
Patricia se negó a salir alegando que ya que Sandra se había marchado, era más precisa su ayuda y ella estaba encantada con echar una mano.
Bibiana se sintió obligada a quedarse también. Era una invitada en villa de Luna, al igual que Patricia, y no le parecía justo que fuera siempre su amiga la que trabajara en la casa. Por lo tanto, dijo que prefería no salir.
Y en consecuencia, fueron Blas, Nicolás y Natalia los únicos que se marcharon.
El señor Teodoro iba delante, los chiquillos le seguían a corta distancia. Nicolás pasó su brazo por los hombros de Natalia y esta rodeó, con el suyo, la cintura de su primo.
Cuando pasaron por la casa de la señora Miranda, Blas se detuvo y llamó a Gabriela. La joven apareció de inmediato.
Se había calzado unas deportivas y Hércules la acompañaba, contento.
          También quiere venir a correr explicó la chica con una sonrisa radiante. A él le conviene mucho hacer ejercicio. Vosotros... ¿también venís? preguntó, mirando a los niños.
Ambos asintieron.
          Vienen a la fuerza —aclaró el señor Teodoro. Mi madre no me permite salir si no me llevo a Nico detrás y Nat viene para vigilar que no toco a Nico. ¡Mi madre es así de graciosa!
          ¡Bien, pues todos a correr! exclamó Gabriela, alegremente ¡Preparados, listos, ya!
Blas y Gabriela unieron sus manos y emprendieron la carrera, seguidos de un alborotado Hércules, que muy pronto los adelantó. Nicolás y Natalia estaban de mal humor y, aunque caminaron más deprisa, en ningún momento echaron a correr. El señor Teodoro, Gabriela y Hércules se perdieron de la vista de los muchachos.
          Esto no me gusta nada declaró Natalia, preocupada. ¿Has visto cómo se han cogido de la mano? ¿A qué viene tanto acercamiento entre Blas y Gabriela? Si Elisa los viera, se pondría celosísima. Me llegó a decir que si Blas no vive con nosotras, yo no iré al instituto contigo y nos iremos a vivir a Markalo.
Nicolás esbozó una mueca de disgusto.
          Elisa parece haberse trastornado —comentó, furioso.
          —No quiero vivir sola con ella, Nico —dijo Natalia, nerviosa—. ¡Tenéis que hacer las paces de una vez! ¡Y no debes permitir que Blas haga mucha amistad con Gabriela!
          —Puedo hacer las paces con Elisa, pero no sé cómo impedir que Blas se lleve bien con Gabriela —respondió Nicolás. Además, Gabriela es una buena chica. No se merece que intente nada en contra de ella. Por otra parte, no creo que Blas me hiciese ningún caso.
           —Claro que te haría caso —aseguró Natalia—. No acabo de comprender el motivo pero él te adora, Nico, lo que ocurre es que tú no sabes manejarlo. Si fueras más listo, lo tendrías comiendo de tu mano. Ahora entiendo que Elisa pasa de mí, pero Blas no pasa de ti. 
Salieron de una curva y, a unos diez metros, vieron a los adultos que los estaban esperando.
          ¿Qué os pasa a vosotros dos? interrogó el señor Teodoro ¿No pensáis correr?
          ¡No tenemos ganas de correr! respondió Nicolás, gritando ¡Estamos hablando de cosas importantes! ¡No nos molestes!
          No me hables en ese tono, Nico le advirtió su tutor sin enfadarse. ¿Y se puede saber de qué cosas tan importantes estáis halando?
          ¡No! volvió a gritar Nicolás Son asuntos privados y tú eres un cotilla.
Blas sonrió moviendo la cabeza negativamente.
          Como sigas por ese camino vas a correr y bastante, con tal de que yo no te alcance amenazó al niño.
          No abras la boca susurró Natalia al muchacho, no vuelvas a contestarle.
Nicolás hizo caso a su prima, entendiendo que tenía razón, y enmudeció.
          Bueno, si los niños no tienen ganas de correr podemos ir caminando hasta el pueblo y tomar algo calentito en la cafetería terció Gabriela.
Natalia asintió, mientras que Nicolás se encogió de hombros de modo indolente.
Llegaron a Luna; la parte antigua del pueblo la formaban una veintena de casas bajas, pintadas sus paredes de un blanco inmaculado. No había calles con nombres, cada casa tenía un número.
Decidieron pasear hasta la parte más moderna donde había construcciones de varias alturas, un hotel-restaurante y una cafetería.
A pesar de ser jueves, día laborable, no se veía gran movimiento. Iban a entrar en la cafetería cuando un hombre saludó a Blas.
          Entrad y pedid lo que queráis indicó el señor Teodoro a los niños.
Nicolás y Natalia entraron en el establecimiento, mientras Blas y Gabriela se quedaron conversando con el lugareño.
El local estaba muy bien aclimatado; los muchachos se sentaron en unas cómodas butacas, alrededor de una mesa redonda.
La camarera, una joven de veintidós años, se apresuró a atender a sus únicos clientes. Natalia pidió un café con leche, muy calentito. Nicolás no tenía ganas de tomar nada y con ironía pidió un güisqui doble, creyendo que la joven comprendería que no quería consumir,  ya que estaba prohibido servir alcohol a menores de edad.
Pero la chica no era del pueblo y no conocía a Nicolás. El chaval, alto y de cuerpo fuerte, muy bien podía pasar por un joven de dieciocho años. Ante el estupor de los niños, la camarera regresó con una bandeja y depositó, sobre la mesa, un café con leche y un güisqui doble con hielo. Nicolás miró, turbado, el vaso y seguidamente miró, con nerviosismo, hacia la puerta de la calle temiendo que su tutor entrase. 
           —¿Te has vuelto loca? preguntó a la encargada de la cafetería, que se quedó pasmada. 
           ¿Cómo dices? 
           —Llévate este vaso enseguida. Yo no puedo tomar güisqui. 
          Es lo que me has pedido y, aunque no te lo vayas a tomar, vas a tener que pagármelo. Una vez puesto en el vaso, ya no puedo devolverlo a la botella. 
Nicolás comenzó a sofocarse, no llevaba ni un solo céntimo en sus bolsillos.    
           —¿Llevas dinero, Nat? preguntó a su prima. 
La niña negó con un movimiento de cabeza. La camarera empezó a desconfiar de la pareja. 
          —¿Pretendíais tomar lo que os diera la gana sin pagar? interrogó, airada ¡Sois dos caraduras!

          Por favor, llévate el vaso pidió Nicolás, desesperado. Dime cuánto vale y volveré a pagártelo. Te lo prometo.

          ¿Me tomas por imbécil?

En aquel instante la puerta de entrada se abrió y accedieron Gabriela y Blas. Ambos se aproximaron a la mesa donde estaban los chiquillos.

          ¡Gracias a Dios que entran ustedes! exclamó la camarera Mi jefe ha salido y estoy sola. Esta pareja de sinvergüenzas se niega a pagarme lo que me han pedido.

          Tranquilízate le dijo el señor Teodoro. Los niños van con nosotros, yo te pagaré. Y vosotros, ¿estáis tontos? añadió, mirando a los primos ¿No sabéis decir que estábamos fuera?

Tras oír hablar a Blas, la camarera, que llevaba su melena rubia sujeta por una goma  de color rojo intenso, formando una coleta, se fijó mejor en Nicolás y advirtió su cara aniñada. ¡Aquel chaval no podía tener dieciocho años!

          El chico me ha pedido un güisqui doble contó de inmediato al señor Teodoro. Me ha engañado, creí que era mayor de edad. Siento mucho la confusión. Por favor, no se lo cuenten a mi jefe o me despedirá. Necesito trabajar.

Blas miró los ansiosos ojos azules de la camarera.

          No pasa nada manifestó. No ha sido culpa tuya y te pagaré el güisqui. Tráele al chiquillo un café con leche descafeinado y a mí, otro. Tú, ¿qué quieres, Gabriela?
La mujer pidió lo mismo. La camarera era rápida y enseguida estuvo de vuelta con los tazones. Los colocó sobre el cristal azulado de la mesa, y se alejó.
          Nico, eres demasiado jovencito para tomar alcohol. Todavía estás creciendo habló Gabriela con suavidad. Apreciaba mucho al muchacho. ¿Por qué has hecho esa tontería?
          Porque se ha empeñado en darme un disgusto detrás de otro respondió Blas, malhumorado.
          Lo ha hecho porque no le gusta que Blas salga contigo intervino Natalia, mirando a Gabriela. Nico quiere que Blas salga con Elisa y, si sale contigo, hará peores tonterías.
Gabriela se sintió tan mal como si le acabaran de arrojar un cubo de agua helada. A Nicolás no le gustó lo que su prima terminaba de decir, pero se mantuvo callado.
          Blas y yo simplemente somos amigos declaró Gabriela, dirigiéndose al niño. Tan solo hemos salido a correr…
             —¡Esto es el colmo! estalló el señor Teodoro, encolerizado, interrumpiendo a la joven No tienes por qué darle ninguna explicación a este niñato. Él no va a decirme con quién tengo o no tengo que salir.
¿Has probado el güisqui? interrogó a continuación a Nicolás, echando una ojeada al vaso.
El chiquillo dijo que no con un movimiento de cabeza. Pese a ello, su tutor le propinó un cachete.
          Yo seré quien te diga a ti con quien tienes o no tienes que salir le anunció, enfadado. Y más te vale no volver a hacer ninguna otra payasada. ¿No has tenido bastante con la azotaina de esta mañana?
Blas pagó la cuenta y todos salieron de la cafetería, taciturnos. Hércules les esperaba, sentado en la acera, tomando el sol. Se levantó, en el acto, y no tardó en darse cuenta de que su queridísima ama estaba entristecida y melancólica.
Gabriela no había contado con que Nicolás no aprobase su posible relación con Blas. Y lo peor de todo es que se sentía irresistiblemente atraída por el joven.

Págs. 399-405

Hoy os dejo una bonita canción de El Arrebato, "Un amor tan grande". Está ubicada en el lateral
                                                                      

jueves, 21 de febrero de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 51


















CAPÍTULO 51

SANDRA SE MARCHA DE VILLA DE LUNA


B
las había salido de villa de Luna con intención de realizar una larga carrera.
Tras ver el sol, brillante y radiante, luciendo en el cielo, estuvo dudando si regresar a la villa y permitir que Nicolás saliera a disfrutar de la mañana. Finalmente, optó por no levantarle el castigo, no pensaba que al chiquillo le costara mucho tiempo hacer los ejercicios e igualmente podría gozar de aquel hermoso día.
El joven siguió por el camino y cuando pasó por delante de la casa de Estela, vio a Gabriela en la terraza. La chica vestía un grueso jersey de cuello alto, de color verde esmeralda y una falda a juego con el suéter. Calzaba botines negros y sus piernas estaban cubiertas por unos leotardos grises. Permanecía arrodillada, limpiando unas manchas del suelo. Hércules correteaba por su alrededor. El perro ladró, alegremente, a Blas y, entonces, Gabriela se enteró de la presencia del joven, que la estaba observando.
 Se levantó y sonrió con encanto. Blas le devolvió la sonrisa.
          Buenos días saludó.
          Buenos días respondió la chica, ¿has podido dormir?
          —No he pegado ojo, no he dejado de dar vueltas y más vueltas en la cama confesó Blas. Me tortura el pensamiento de que todo podía haberlo evitado y no me enteré de nada. Vosotras, los niños, habéis vivido una experiencia terrible. Nico estuvo a punto de coger un coche, si le llega a pasar algo...  
Iba a correr un rato —añadió, deseando cambiar de tema.
          — No te tortures, Blas, nada ha sido culpa tuya. Yo tampoco he podido dormir declaró Gabriela. Debo tener unas ojeras horribles.
          Estás preciosa. ¿Qué estás haciendo?
          Intento quitar unas manchas, pero se resisten.
          Déjame ayudarte.
Blas entró en la terraza y cogió el trapo húmedo que Gabriela le entregó. Se agachó y frotó las persistentes manchas hasta hacerlas desaparecer.
          Asunto arreglado dijo, devolviendo el trapo a su dueña.
          Muchas gracias.
Los dos jóvenes se miraron en silencio.
          ¿Cuándo crees que descubrirán el coche? se atrevió a preguntar Gabriela.
          Supongo que pronto.
          ¿Y el cuerpo de Salvador?
          Eso no creo que lo descubran. Añadí mucho peso al saco para que no subiera a la superficie. Los peces se encargarán de él.
          ¿Crees que hemos hecho lo correcto?
Blas miró a Hércules, y asintió.
          Salvador Márquez era un mal hombre y él mismo decidió su destino declaró.
          ¿Cómo está Nico? interrogó Gabriela.
          En este momento, no muy bien contestó Blas. He tenido que darle unas palmadas y, ahora, debe estar en mi despacho haciendo unos ejercicios de matemáticas y de inglés.
          ¡Pobre Nico! exclamó Gabriela, sinceramente apenada.
          No te preocupes, te aseguro que no le he pegado fuerte y hacer unos cuantos ejercicios no le irá mal.
Bueno, voy a correr un poco. ¿Quieres venir conmigo?
En las mejillas de Gabriela se formaron dos hoyuelos gemelos.
          Me encantaría respondió. Pero, tendré que cambiarme el calzado.
En aquel momento llegó a la terraza el señor Francisco, acompañado por sus hijos.
          Buenos días saludó. Parecía estar de muy buen humor. He reservado mesa, en el pueblo, para la cena de Nochevieja. Una, para los chiquillos y, otra, para nosotros. ¡No podéis negaros! ¡No iréis a hacerme ese desplante! ¡Nada de cocinar esa noche, que nos sirvan! ¡Vamos a festejar bien el Año Nuevo! ¿Qué dices, Blas?
          Bueno, por mí no hay inconveniente manifestó el joven, dándose cuenta de que el señor Francisco no reparó en la desaparición del coche de Salvador.
          Por mí, tampoco hay ningún inconveniente se unió Gabriela, ilusionada.
Fue entonces cuando sonó el móvil de Blas y la señora Sales le gritó que volviera a casa de inmediato, sin más explicaciones.
          Es mi madre declaró Blas, me ha dicho que vaya para casa y no parece estar muy contenta. Disculpadme, voy a ver qué sucede.
          Nico habrá hecho alguna barbaridad pronosticó el señor Torres ¡Ese muchacho no inventa nada bueno!
El señor Teodoro regresó a villa de Luna, con paso rápido, y entró en su despacho. Todos se sorprendieron, puesto que nadie lo esperaba tan pronto. Lo suponían lejos, desde luego no en la terraza de Estela.
El joven se asustó viendo la cara de pocos amigos de su madre; Natalia llorando, abrazada a Nicolás; y Elisa, y Sandra, muy serias.
          ¿Qué os pasa? preguntó, perplejo, mirando a Emilia.
          Que sea la última vez que te vas de casa sin llevarte al niño dijo la señora Sales, severa. Si lo castigas, te quedas con él.
          ¿Qué ha pasado? indagó Blas, mirando a Nicolás con dureza.
          Nico ha roto las hojas que le habías preparado para hacer acusó Sandra, señalando los trozos de papeles esparcidos sobre la alfombra. Nos ha empujado a Elisa y a mí. Nos hubiera golpeado si no llega a ser por la intervención de Emilia.
          ¡Eso no es verdad! contradijo el chiquillo sin dejar de abrazar a Natalia Te he empujado a ti, porque te has lanzado sobre mí. Y a Elisa la he empujado porque ha pegado a Nat. Y he roto las hojas por tu culpa, me has provocado y me has puesto muy nervioso.
          ¡Yo sí que te voy a poner nervioso! exclamó Blas, avanzando hacia el muchacho, pero la señora Sales se interpuso, deteniéndolo.
          ¡No vas a tocar al niño! gritó, golpeando, con sus manos, el pecho de su hijo ¿Me has entendido bien?
Nico y Nat, salid fuera ordenó a los chiquillos. Aquí dentro solo nos vamos a quedar los adultos para aclarar algunas cosas.
Los dos primos salieron del despacho, no sin que antes, Blas, apreciara los dedos de Elisa marcados en una de las mejillas de Natalia.
          ¿Por qué has pegado a Nat? le preguntó, muy extrañado.
          ¿Vas a juzgarme por eso? preguntó esta, a su vez   ¿Te recrimino algo, yo a ti, cuando pegas a Nico?
          Yo nunca le he dado una bofetada a Nico declaró Blas, molesto. De todas formas, tú nunca has pegado a Nat, que yo sepa.
          Alguna vez tenía que ser la primera manifestó Elisa, muy antipática.
          Te puedo garantizar que Blas jamás hubiera pegado a Nico por el motivo que tú has pegado a Nat recriminó la señora Sales. Ha sido una bofetada injusta y desafortunada. Por esa razón, Nico, no lo ha podido soportar y te ha empujado.
Elisa comprendió que era mejor claudicar. No vio prudente enfrentarse a Emilia.
          Tienes razón admitió. Creo que la tensión y los nervios me han traicionado. Me disculparé con la niña… y con Nico.
Emilia había presenciado la escena entre Elisa y Natalia y, las palabras de la joven, no la convencieron en absoluto.
Sin embargo, se abstuvo de hacer ningún comentario al respecto. Seguidamente se enfrentó a Sandra.
           —Mira, pienso que lo mejor es que no vuelvas por aquí durante estas Navidades le dijo con claridad. Igualmente te pagaremos, y si quieres volver por esta casa la próxima vez que vengamos, tendrás que cambiar tu actitud con Nico. Sé, a ciencia cierta, que no soportas al chiquillo y eso es un problema para que tú trabajes aquí.
Medítalo bien y, si deseas volver, tendrás que asegurarme que no volverás a fastidiar al niño.
          ¡Lo que le pasa a usted es que a ese maleducado lo tiene muy mimado y muy consentido! —replicó la chica, furiosa Me voy con mucho gusto. No creo que vuelva y espero que sea verdad que me pagan.
Sandra salió del despacho dando un tremendo portazo.
En el salón, vio a Nicolás, a Natalia, a Bibiana y a Patricia. Se acercó al grupo y se encaró con el muchacho.
          Esta noche, a las nueve, Lázaro te estará esperando en la pista de tenis. Ya veremos si acudes o eres un cobarde, y te quedas en casita bajo las faldas de Emilia retó al chaval. Mi novio te va a partir esa cara de imbécil que tienes.
          ¡Yo no soy un cobarde! saltó Nicolás Iré a la pista de tenis a las nueve. Ya veremos si el que se queda bajo tus faldas es tu novio.
En aquel momento salieron del despacho Emilia, Elisa y Blas. Sandra se marchó sin despedirse de nadie, con la cabeza exageradamente erguida.
          Nico, ven aquí enseguida ordenó Blas, de mal talante. Recoge todos los papelitos que hay en la alfombra. No quiero ver ni uno.
Nicolás entró en el despacho y tiró los trozos de hojas que había roto, en una papelera.
Su tutor lo observaba desde la puerta. Después lo condujo al cuarto de baño  y le revisó la espalda. Vio el picotazo que el cuervo le había dado en el pozo de las águilas.
Cuando terminó de curarlo, le asestó un cachete.
          He pasado casi media hora preparando tus ejercicios dijo, enojado. Y tú los has roto. Ese mal genio que tienes, te lo voy a hacer desaparecer.
Ahora voy a salir a correr y tú vas a venir conmigo. Te vas a convertir en mi sombra.
Ya has oído a mi madre, no quiere que salga de casa sin llevarte conmigo. Eso es por lo muy bien que te portas.
Nicolás se mantuvo callado, aguantando la reprimenda de su tutor.

Págs. 391-397


Os dejo una bonita canción de Isabel Pantoja para quien quiera escucharla 
He visto que lo hacen en otros blogs, y no me ha parecido mala idea... Está ubicada en un lateral del blog
Un beso

jueves, 14 de febrero de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 50






El pasado 23 de enero llegó un premio muy especial a la Estación, gracias a la gentileza de Kikas, y su fabuloso blog DAKIPALLA.
Todo lo referente a este premio lo encontraréis en Premios(5), en una de las pestañas de arriba.
Gracias.








CAPÍTULO 50

28 DE DICIEMBRE, POR LA MAÑANA


C
uando Blas y Nicolás entraron en el garaje de villa de Luna, encontraron a la señora Sales, esperándoles. Al verlos, se levantó de una silla, con semblante alarmado.
          —¿Se puede saber qué ha ocurrido esta noche? ¿De dónde venís? —preguntó, enfadada— ¿Sabéis lo preocupada que estaba? ¡Blas, tu móvil ha estado mucho rato apagado o fuera de cobertura!
          —Mamá, te dije que volvieras a la cama —respondió el señor Teodoro—. No ha pasado nada grave. El niño ha salido de casa y he tenido que ir a buscarle.
Emilia sacudió, con una escoba, el trasero del chiquillo y lo envió a la cama sin contemplaciones.
Nicolás subió las escaleras agradeciendo mentalmente estar en casa. El muchacho estaba agotado y muerto de sueño. Una vez en su habitación, se puso el pijama y se acostó. Allí, sobre su cómodo colchón, el cálido ambiente del hogar lo envolvió enseguida. Iba a dormirse, pero Natalia y Bibiana no se lo permitieron, ansiando tener noticias.
          —Salvador y su coche ya están en el mar —les aseguró Nicolás—. Todo ha terminado. Blas me ha pillado cuando volvía, pero nuestro mayor problema ya es historia.
Bibiana se quedó muy extrañada.
          “Blas no ha debido poder coger el coche”, razonó la niña. “Nico se le ha escapado. Entonces, no debe saber lo de Salvador. Gracias a Dios, a Nico no le ha pasado nada”.
          —Mañana hablamos, si no os importa —dijo el niño, exhausto—. Necesito dormir, estoy muerto de cansancio.
Las muchachas salieron del cuarto; ellas también necesitaban dormir. Y los tres tardaron un suspiro en quedarse profundamente dormidos.
A la mañana siguiente, Nicolás quería estrellar su despertador cuando lo oyó sonar. Seguía teniendo sueño y se resistía a levantarse. Pero Blas entró en la habitación y le ordenó que hiciera la cama de inmediato, que se duchara, y aseara el cuarto de baño. A las diez en punto, lo quería ver en la cocina, desayunando.
El muchacho no se lo hizo repetir y a la hora acordada se presentó a desayunar. Había chocolate caliente y deliciosos bizcochos.
Todo el mundo estaba en la estancia, incluida Sandra, que hacía rato que había llegado a villa de Luna.
Nicolás tomó asiento y mojó un bizcocho en el humeante chocolate; de vez en cuando se frotaba los ojos.
          —Tienes sueño, ¿verdad? —le dijo Elisa— Eso te pasa por estar a altas horas de la noche fuera de tu cama. ¿Qué hiciste anoche, Nico?
          —Hizo el tonto como de costumbre —se apresuró a responder su tutor, que no había dormido nada bien y tenía unas ojeras pronunciadas—. Hoy no metáis nada en el lavavajillas, ahorraremos electricidad. Nico fregará el desayuno, la comida y la cena. Y ahora después, te esperan unos ejercicios de matemáticas, y otros de inglés en mi despacho. Y solo tienes permitido ir a casa de Estela, a la pista de tenis o a la piscina. Nada de montaña o de bajar al pueblo.
Y excepto lo de fregar, los demás castigos los mantendré el resto de las vacaciones. ¿Lo has entendido bien?
El chiquillo asintió, sin hacer ningún amago de protesta.
Sandra y Patricia no se sorprendieron gran cosa, pensaron que Nicolás debía haber hecho alguna trastada durante la noche.
El muchacho se dirigió al fregadero en cuanto terminó de desayunar para empezar a limpiar la vajilla sucia.
          —Usa agua caliente —le indicó Emilia—. La fría está helada.
Sandra se acercó al chaval y depositó en la pila un vaso que había utilizado, sonriendo burlonamente.
Nicolás vio su sonrisa y se enrabietó al instante. Sin pensar en las consecuencias, dio tres fuertes patadas a la puerta del armario ubicada debajo del fregadero.
Blas, que estaba de pésimo talante, se levantó de su silla, encolerizado. Secó las manos del niño con un trapo, y se lo llevó de la cocina.
          —¡A ti te quito yo esos humos! —declaró, furioso.
         —Ya está —murmuró la señora Sales, cuando su hijo y el chiquillo no estuvieron presentes—. Ya se ha ganado una azotaina. ¿Estás satisfecha, Sandra?
La joven enrojeció, levemente, y no contestó.
Al cabo de un rato, que a Natalia y a Bibiana les pareció interminable, Blas y Nicolás volvieron a la cocina. El muchacho regresó al fregadero para continuar con su tarea, más manso que un cordero. Cuatro palmadas de su tutor, en los glúteos, habían sido más que suficientes para apaciguarlo.
El crío intuía que tenía el trasero tan rojo como el tomate más maduro que pudiera existir. Fregaba, en silencio, y con mucho cuidado de no romper nada, mientras pensaba en lo mucho que odiaba a Sandra y en que no iba a poder sentarse bien, por lo menos, durante un mes. Aunque tenía muy presente que Blas se había contenido, como siempre lo hacía, y no le había pegado con fuerza.
          “Si me llega a dar, con ganas, me destroza”, meditó el chaval.
          —Voy a salir a correr —anunció el señor Teodoro—. Si Nico no se comporta, me llamas al móvil, mamá.
Emilia asintió y el joven abrió la puerta para salir al frío exterior. Necesitaba despejarse, hacer ejercicio, y liberarse de tanta tensión acumulada.
La mañana era muy hermosa. El sol brillaba en un cielo pintado de azul intenso, y la niebla se había esfumado por completo.
Nicolás terminó de fregar y se fue al despacho para hacer los deberes que Blas le había puesto. Transcurridos unos cinco minutos, Natalia entró y se sentó junto a su primo. Este estaba atareado resolviendo unos ejercicios y se removía en el sillón no encontrando una postura cómoda para su maltratado trasero.
          —¿Tienes mucho trabajo? —le preguntó la niña.
          —Para un par de horas —respondió el chaval, soplando—, es que me ha puesto problemas muy largos y complicados. Sé hacerlo de sobra, pero lleva su tiempo.
          —Nico, puede que no sea un buen momento para hablarte de esto, pero ya no puedo más. Tienes que hacer las paces con Elisa o no vamos a poder vivir juntos. Debes llevarte bien con ella. No quiero vivir sola con Elisa. La noto muy rara y cambiada. He llegado a pensar que me odia tanto como los abuelos.
Nicolás apartó la vista del problema que estaba resolviendo y miró a su prima. Percibió que estaba asustada y nerviosa.
          —No te preocupes, Nat —la tranquilizó—. Haré las paces con Elisa pero, tienes razón, está muy rara y cambiada. Creo que a mí también me odia. No te dejaré sola con ella. Aunque no creo que tenga sentido que a ti te odie, se ha ocupado de ti desde que naciste.
          —Blas te riñe, te castiga e incluso te pega —argumentó Natalia—. Pero nunca lo hace con rabia o con odio. Elisa te miró con rabia y con odio y a mí también. Tengo miedo, Nico.
Nicolás cogió una de las manos de la niña.
          —Te he dicho que voy a hacer las paces con ella —aseguró el muchacho—. No tengas miedo a nada.
En aquel momento entró en el despacho Sandra, y miró a los dos niños, con el ceño fruncido.
          —Nat, tú no puedes estar aquí —manifestó, como si ella fuera la máxima autoridad en la casa—. Nico está castigado.
          —¡La que no puedes estar aquí eres tú! —gritó Nicolás, enfurecido— ¡Lárgate!
          —Vengo a ordenar el despacho y la que se va a largar es Nat —replicó Sandra, pomposa—. ¡Y tú, sigue con tu castigo, idiota!
          —¡Mira lo que hago con mi castigo! —proclamó el chiquillo, levantándose, y rompiendo las hojas ante la cara de la anonadada chica— ¡Ahora sí que vas a tener cosas que ordenar y que recoger!
Natalia se tapó la boca, ahogando un grito. ¡Nicolás se había vuelto loco! Estaba muy claro que Sandra lo sacaba de quicio. ¿Qué explicación iba a darle a Blas cuando le pidiera los ejercicios?
          —¡Ahora mismo voy a llamar a Blas! —chilló Sandra, encantada— ¡Te va a dar otra paliza! ¡Y yo me voy a alegrar mucho!
La coqueta joven sacó su móvil de un bolsillo, pero Nicolás se lo arrebató con un movimiento rápido.
          —¡Tú no vas a llamar a nadie, asquerosa! —la insultó, colérico.
Sandra, como una gata salvaje, se lanzó contra el chiquillo y este le dio un empujón, apartándola.
La señora Sales y Elisa acudieron al despacho, alertadas por el alboroto.
          —¿Qué está pasando aquí? —preguntó Emilia, desconcertada.
          —¡Nico ha roto en mil pedazos los deberes que Blas le ha puesto! —acusó Sandra, histérica— ¡Mire, los trozos de las hojas sobre la alfombra! ¡Iba a llamar a Blas y me ha quitado el móvil y me ha empujado!
          —¡Estoy harto de que te metas conmigo! —gritó Nicolás— ¡Ya no te aguanto más! ¡Vete a la mierda!
          —¡Nico! No quiero oírte ese vocabulario —le regañó Emilia—. Devuélvele el móvil a Sandra. ¡Soy yo quien va a llamar a Blas!
El muchacho obedeció y se cruzó de brazos, con aire rebelde.
La señora Sales sacó su móvil y llamó al señor Teodoro, gritándole que regresara a casa al instante.
          —Vamos a esperar a que venga Blas —determinó la mujer, cruzándose de brazos también.
          —Nico no ha tenido la culpa… —comenzó a defenderlo Natalia.
          —¡Tú cállate! —le ordenó Elisa, propinando una bofetada a la pequeña, ante el asombro de Nicolás, de Emilia y de la misma Sandra.
El muchacho no pudo evitarlo, e impulsivamente, también empujó a su tía.
          —¡No vuelvas a pegar a Nat! —le gritó, muy enfadado.
          —Nat es mi hija adoptiva y la educaré como a mí me parezca —declaró Elisa con un brillo malévolo en sus ojos.
          —¡Eres tan mala y odiosa como tu hermano! —exclamó Nicolás, enfadadísimo.
          —Nico, cállate, por Dios —le rogó la señora Sales, abrazándose al niño para retenerlo y serenarlo.
Las lágrimas resbalaban por el rostro de Natalia que, por primera vez en su vida, se sentía desamparada entre las garras de una loba.

Págs. 383-389

Hoy es 14 de febrero, San Valentín, El Día De Los Enamorados.
Sé que mucha gente es contraria a esta celebración.
Yo estoy muy a favor, tal vez esta gente y yo hablamos de amores diferentes.
El amor es lo más importante, lo único que te va a hacer feliz, bien merece ser homenajeado un día al año.
Y aquí os dejo mi pequeño homenaje al Día de los Enamorados.
Os lo dedico... a ti, que ya lo has conocido; a ti, que lo estás conociendo y, a ti, que lo vas a conocer.


Ese que no entiende de educación, que llega sin avisar, que entra sin llamar.
Ese que invadirá, revolverá, acariciará y arañará tu alma, y encenderá tu corazón.
Ese que nunca será rutina, que jamás se agotará...
Ese que precisa de poco mimo para lucir resplandeciente...
Te arrancará millares de sonrisas, no secará las lágrimas que te provocará...
Ese que te hará temblar, te hará soñar y desear...
Ese que por fin llegó, de ese Amor hablo yo.    Mela.                                                                                                                                          
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